martes, 22 de marzo de 2011

La nostra naturalea lluitadora

Miles de valencianos combatieron en el frente ruso entre 1941 y 1943 en las filas del ejército alemán, principalmente en el cerco de Leningrado. Formaban parte de los 50.000 españoles que se alistaron en la División Azul para luchar contra el comunismo en Rusia.

Valencianos, cocinando una paella en Rusia
«Las guerras son una canallada, ¿sabe? Padecí mucho en Rusia, donde tuve que soportar hasta 40 grados bajo cero. ¡Con lo friolero que he sido yo!», cuenta Ángel Medina, nacido en Torrent en 1919, mientras se ajusta la bufanda en el local que la Hermandad de Combatientes de la División Azul tiene en Valencia. Cuando está a punto de cumplir 92 años, Ángel es uno de los últimos supervivientes, apenas una veintena quedan ya en la Comunitat Valenciana, de los casi 50.000 españoles que lucharon en el frente ruso entre 1941 y 1943 en las filas del ejército alemán contra la Unión soviética.
En el refugio de los ex combatientes parece que no haya pasado el tiempo. Los retratos, mapas y cuadros que pueblan paredes y mesas siguen anclados en aquella guerra en la que el «general invierno» doblegó a la todopoderosa «Wehrmacht» de Hitler al igual que había hecho 125 años antes con la «Grande Armée» de Napoleón. Y entre todas las fechas tachadas en el calendario, el 10 de febrero de 1943 ha quedado marcado a fuego para siempre en la memoria de los divisionarios.
A las 6.40 horas de ese día, Stalin desató una ofensiva sobre Krasny Bor, el «Bosque Rojo», uno de los arrabales de San Petersburgo que ocupaban los soldados españoles, con el fin de romper el cerco alemán que asfixiaba a la entonces Leningrado. Precedidos por una tormenta de acero de dos horas, en las que casi un millar de piezas de artillera rusa vomitaron obuses en un frente de cinco kilómetros con una cadencia de un proyectil cada 10 segundos, unos 44.000 soldados soviéticos se abalanzaron sobre unas trincheras que defendían 5.900 efectivos de la División Azul. Pese al evidente desequilibrio, de uno a siete, las tropas españolas, que estaban mejor armadas, frenaron el avance a costa de un alto precio.
En un único día, uno de cada cinco de los 5.000 divisionarios para los que Rusia fue una tumba, habían regado con su sangre el «Bosque Rojo». Valero Sebastián, que nació en Chulilla hace 87 años, es uno de los valencianos, junto a Ángel Medina, que salieron con vida de Krasny Bor. «La batalla la ganamos nosotros, aunque con muchas bajas, pero ellos tuvieron muchas más».

La tumba del Bosque Rojo

Se estima que 11.000 soldados rusos murieron en aquella victoria pírrica, mientras que solo ese fatídico 10 de febrero la División Azul sufrió más de de 2.000 bajas —1.125 muertos, 91 desaparecidos y 1.036 heridos—, a las que habría que sumar otro millar en las escaramuzas que siguieron a la batalla y que se prolongaron durante más de un mes. Además, otros 300 españoles fueron hechos prisioneros por el Ejército Rojo, muchos de los cuales no volverían a España hasta 1954, tras 12 años de trabajos forzados en el archipiélago Gulag de Stalin.
A Medina solo le salen dos palabras cuando se le pregunta por Krasny Bor: «fatal» y «desesperación». De aquello guarda como «recuerdo» dos heridas de metralla, una en la pierna y otra en la espalda. «Aún llevo dentro el metal», dice mientras muestra la cicatriz de su pierna.
Valero, que pertenecía a una sección especial de asalto, relata que la víspera de la batalla «nos llevaron a limpiar de nieve una de las trincheras de evacuación, la ofensiva les sorprendió en una posición abandonada con una pieza del 88 «en la que había dos soldados muertos».
Cuenta, a propósito de un golpe de mano que dieron en abril de 1943, que cuando se entraba en combate «era un desastre, porque estabas a cuerpo descubierto atrapado en el fuego cruzado de dos artillerías, la nuestra y la rusa».
También recuerda que días antes, el 19 de marzo, les despertaron con «un buen bombardeo», al que bautizaron como la «despertà» en un arrebato de nostalgia por el día en que en su lejana tierra se quemaban las fallas.
Esta no es la primera evocación «fallera» , pues uno de los divisionarios valencianos más ilustres, el cineasta recientemente fallecido Luis García Berlanga, en las memorias que le escribió en 2005 el también director desaparecido Jess Franco, relata que los «órganos de Stalin», como llamaban a los cañones soviéticos, «al principio, me sonaron a las tracas de Valencia, pero no eran festivos, sino mortíferos. Eran como las Fallas, con sus luces y sus sonidos, pero con asesinato».

«La guerra la ganó el frío»

Pero el gran enemigo fue el «frío», señalan de forma unánime Valero, Ángel, y otros dos ex combatientes valencianos, Florencio Fernández, de 93 años, que sirvió en la Escuadrilla Azul
— la fuerza aérea de la División—, en el frente de Moscú, y Antonio Sahuquillo, de 91 años, que participó en el cerco de Leningrado.
Valero revive, que a -40º C, «no podías cerrar los ojos en las trincheras, porque se te quedaban pegadas las pestañas». «El primer y el último problema era el frío —continúa—, raro es el que no ha estado en trincheras sin sufrir un principio de congelación». Así, Antonio camina con bastón porque arrastra un pie dañado por el frío: «Me moje una pierna al pisar una placa de hielo que se rompió, con lo que el pie se congeló». Florencio, apunta que «si tocabas la hélice de un caza con la lengua te quedabas pegado a ella», dice que llevaban manoplas «porque con guantes se congelaban los dedos».
En estas condiciones algo tan básico como hacer de vientre era toda una odisea, pues podías quedarte congelado en el intento. Berlanga escribió que una vez creyó que se había pinchado con una bayoneta, cuando «era nuestra mierda, que al helarse había formado una estalagmita puntiaguda».
El presidente de la Hermandad de Valencia, Fernando de Zárate, hijo y sobrino de dos divisionarios ya fallecidos, señala que la mayoría de los 5.000 caídos murieron por congelación, especialmente en el invierno de 1942, cuando se alcanzaron los –54º». «La guerra la ganó el frío», sentencia.
Levante.
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«La historia siempre la escriben los que ganan las guerras», reflexiona Florencio Fernández, uno de los valencianos de la División Azul. Hoy, tras conocerse las atrocidades cometidas por los nazis, tal vez sea difícil justificar el por qué miles de de españoles, la mayoría de ellos falangistas, combatieron en el ejército de Hitler. Sin embargo, Florencio y los otros tres ex combatientes valencianos coinciden en señalar que se fueron voluntarios por sus «ideales anticomunistas».
«Los rojos se lo robaron todo a mi madre durante la guerra, así que yo quería hacerles pagar a los comunistas el daño que nos habían hecho. Esa es la verdad, no tengo porque esconderla», apunta Ángel Medina.
En este sentido, el investigador alicantino Carlos Caballero, autor del libro «Atlas ilustrado de la División Azul (Ed. Susaeta), recuerda que «para quienes se sentían del bando ´nacional´, la Guerra Civil fue una agresión del comunismo ruso contra España». Además, en la C. Valenciana, que estuvo hasta el final bajo el Gobierno de la República, existían «muchas personas que tenían agravios contra ´el comunismo´ por la muertes de familiares debido a la represión, confiscaciones, prisión, etc..». Fernando de Zárate, presidente de la Hermandad de Combatientes, alude a este «afán de revancha» al revelar que a su abuelo, que era un alto cargo de Altos Hornos, y a un tío suyo, «los fusilaron los comunistas en Canet d´En Berenguer, por eso mi padre y su hermano se fueron a Rusia a combatir el comunismo». «Eran jóvenes de sangre caliente», apostilla. Caballero añade que otros «tuvieron que servir contra su voluntad en el Ejército Popular», como Antonio Sahuquillo, que cuenta que le quisieron «fusilar por fascista».
«El caldeado ambiente anticomunista» de aquella España de 1941, asegura Caballero, hizo que la mayoría se alistaran «de forma impulsiva» cuando el Ministro de Exteriores y jefe de Falange, Ramón Serrano Suñer, convenció a su cuñado, el general Franco, de que los voluntarios que quisieran se unieran al ejército alemán.
También contribuyó la euforia desatada cuando el 22 de junio Hitler lanzó la Operación Barbarroja de invasión de Rusia. Todos creían que la «Wehrmacht» doblegaría con su «Blitzkrieg» (Guerra relámpago) al Ejército Rojo en pocos meses. Prueba de ello es, narra Caballero, que en apenas 7 días, entre el 26 de junio que la Falange de Alicante abrió la recluta y el 2 de julio, «1.500 personas se alistaron» en esta provincia. Dos tercios de los voluntarios no pudieron marcharse por falta de plazas.
Cuando en 1942 se empezaron a enviar a Rusia batallones de relevo, muchos de los entusiastas de primera hora «declinaron alistarse». «Para entonces el momento de intensa emoción se había evaporado, pues ya se conocían muchos detalles sobre el frente ruso, como la dureza del clima o la extremadamente alta mortalidad», detalla.

Berlanga, divisionario por amor.

También hubo otros que, ya en democracia, afirmaron que se enrolaron por hambre o para sacar a familiares de la cárcel. Así, Luis García Berlanga sostenía que se alistó para evitar que fusilaran a su padre, que había sido senador y diputado republicano. Sin embargo, en sus confesiones a Jess Franco, contó en 2005 que «en el fondo, sabía que, sobre todo, hacía todo aquello por amor [...] a Rosario, una chica preciosa de la que estaba enamoradísimo y que parecía no hacerme ni puto caso. [...] me deje llevar por la literaria idea de que caería a mis pies, rendida de amor, al conocer mi gesto heroico. Cuando regresara de la guerra, ella estaría esperándome, loca de pasión. Y es cierto que lo estuvo, aunque por otro tío con quien se casó enseguida».

Muerte y resurrección del cabo Poquet
«4.045 días cautivo en Rusia». Así tituló Joaquín Poquet, un divisionario de Carcaixent ya fallecido, las memorias que público en 2001. El cabo Poquet fue dado por muerto en la batalla de Krasny Bor cuando en realidad cayó preso por una unidad del Ejército Rojo en la que «el 50% de efectivos, incluido su jefe, eran mujeres». Mientras sus padres y novia le guardaban luto y Carcaixent le dedicaba una calle, pasó un calvario de 12 años en los que recorrió hasta 18 gulags. En aquel infierno de campos de trabajos forzados de Siberia hizó amistad con familias judías de las repúblicas bálticas deportadas a campos de concentración «por sus liberadores del yugo antisemita alemán», e incluso con «rojos españoles» víctimas de las purgas estalinistas. En 1954 fue uno de los 219 prisioneros de la DA repatriados a España a bordo del «Semiramis». Carcaixent recibió como un héroe al resucitado, pero la burocracia franquista le reclamó el dinero que su familia había cobrado de más, ya que al no haber muerto en combate quedaba sin efecto su ascenso a sargento por méritos de guerra. r. m. valencia

Levante.

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